Gigantes del turismo que desaparecieron: cuando el éxito no garantiza el futuro
Durante décadas, algunas aerolíneas y agencias de viajes dominaban el mercado mundial del turismo. Eran sinónimo de innovación, elegancia y poder empresarial. Sus marcas inspiraban confianza y representaban el progreso en un sector que transformó la forma de explorar el mundo.
Sin embargo, la consolidación del mercado, las crisis económicas y sobre todo la transformación digital provocaron la desaparición de nombres que marcaron una era. Hoy, su legado es un recordatorio de que en la industria de los viajes no hay lugar para la complacencia: incluso los gigantes pueden caer.
Los casos más emblemáticos se encuentran en la aviación comercial. La estadounidense Pan Am (Pan American World Airways) fue más que una aerolínea: fue un símbolo global de modernidad. Pionera en rutas transoceánicas y primera en operar el Boeing 747, llevó el glamour a los cielos con salones a bordo y servicios nunca antes vistos. Pero la desregulación del mercado aéreo, los altos costos operativos y el impacto económico de la Guerra del Golfo precipitaron su fin en 1991. Su rival más fuerte, TWA (Trans World Airlines), siguió un camino similar. Tras décadas de crisis financieras, recortes y cambios de propietarios, fue absorbida por American Airlines en 2001, desapareciendo su marca del mapa aerocomercial.
Europa también perdió algunos de sus titanes históricos. La belga Sabena, fundada en 1923 y considerada una de las aerolíneas más antiguas del mundo, colapsó en 2001. Su caída estuvo marcada por una deuda creciente y por el desplome del tráfico aéreo tras los atentados del 11 de septiembre. Ese mismo año, la prestigiosa Swissair, conocida como “la aerolínea que no podía fallar”, sufrió una de las quiebras más impactantes en la historia del sector.
Su ambicioso y arriesgado plan de adquisiciones —que buscaba controlar varias aerolíneas europeas— dejó su liquidez al límite. En cuestión de días, Swissair quedó literalmente en tierra, sin dinero para pagar combustible, demostrando que incluso un modelo considerado perfecto podía derrumbarse por exceso de ambición.
Incluso América Latina vivió su propio desplome con Varig, el emblema brasileño que durante décadas conectó el continente con grandes capitales del mundo. Fundada en 1927, representó el avance tecnológico y económico de Brasil. Sin embargo, la falta de modernización de su flota, la creciente competencia y los problemas financieros llevaron a su desaparición definitiva en 2006. Su colapso dejó un vacío en el mercado internacional de la región.
La caída de grandes agencias de viajes y turoperadores

El sector de las agencias de viajes y touroperadores también ha registrado sus propios cataclismos. Ninguno tan impactante como el de Thomas Cook, considerada la primera agencia de viajes del mundo. Fundada en 1841, no solo vendía paquetes turísticos, sino que creó el concepto moderno de vacaciones organizadas e introdujo herramientas como vouchers y catálogos impresos.
Tras años de acumulación de deudas, un modelo basado en tiendas físicas y la imposibilidad de adaptarse a la venta en línea, la compañía quebró en 2019, dejando a cientos de miles de turistas varados en múltiples destinos. Otro colapso reciente fue STA Travel, especializada en viajes estudiantiles. Operaba en más de 90 países, pero su negocio dependía de la movilidad internacional: desapareció en 2020, aplastada por el cierre de fronteras generado por la pandemia.
España también tuvo pérdidas significativas. La mayorista Transhotel colapsó en 2014, afectada por problemas de liquidez y pérdida de contratos. Años antes, el conglomerado Marsans, uno de los grupos turísticos más poderosos de habla hispana, quebró en 2010 entre escándalos financieros y deudas multimillonarias con aerolíneas y proveedores. En Estados Unidos, marcas históricas como GoGo Worldwide Vacations —referente de los viajes organizados durante décadas— terminaron absorbidas por nuevas estructuras empresariales, desapareciendo del mapa comercial.
Estos colapsos tienen factores en común: endeudamiento excesivo, falta de adaptación a los cambios tecnológicos, modelos de negocio dependientes de intermediarios y vulnerabilidad frente a eventos globales como la pandemia o el 11-S. Pero todos ellos revelan la lección más valiosa: en la industria del turismo, la capacidad de reinventarse es tan importante como la tradición. Aquellas marcas que no asumieron la transformación del mercado quedaron en el recuerdo, demostrando que incluso los gigantes pueden caer.




