El mar es de todos, pero las playas no: la deuda de la accesibilidad
Playas sin rampas, sin sillas anfibias y sin baños adaptados. El turismo sigue dejando atrás a millones de personas. Es hora de exigir inclusión real
Hay algo profundamente contradictorio en que el símbolo universal de libertad —el mar— siga siendo inaccesible para millones de personas. Cada verano, quienes tienen movilidad reducida se enfrentan a una realidad invisible para muchos: rampas rotas, falta de pasarelas, ausencia de sillas anfibias, playas sin sombra, sin baños adaptados, sin personal formado. Y lo más grave: sin voluntad de cambio.
España, país líder en turismo, tiene más de 3.600 playas, pero solo unas 600 están verdaderamente adaptadas. Es decir, menos del 20 %. Lo señala Rehatrans, empresa especializada en movilidad, que recuerda que “el ocio no es un lujo, es un derecho”. No se trata de poner una rampa y darlo por resuelto. Se trata de ofrecer dignidad, igualdad y posibilidad real de disfrutar.
Pero la exclusión no es solo europea. En países de Latinoamérica y el Caribe, donde la costa es una joya turística, la falta de accesibilidad es todavía más evidente. Y no porque no existan normativas o certificados, sino porque su aplicación es desigual, limitada y poco transparente. Playas paradisíacas como las de Cartagena, Isla Mujeres, Punta Cana o Copacabana pueden tener Bandera Azul o un cartel de “Playa Inclusiva”, pero en la práctica muchas veces no cuentan con el equipamiento ni el personal necesario.
El espejismo de las certificaciones
En teoría, existen certificaciones que velan por la inclusión: la Bandera Azul en Europa y América, el distintivo “Experiencia Turística Accesible” en México, o la norma UNE 170001-2 en España. También hay iniciativas locales como la Red de Turismo Accesible en Ecuador o las auditorías de FAMDIF en la Región de Murcia.
Pero en la práctica, muchas de estas certificaciones garantizan la limpieza del agua, la seguridad o el respeto medioambiental, y apenas tocan lo fundamental: ¿puede una persona en silla de ruedas bañarse en esa playa sin ayuda extrema? ¿puede llegar a la arena, usar un baño adaptado o encontrar asistencia si la necesita?
Solo algunas lo consiguen. En España, destacan puntos de baño asistido en playas como El Pedrucho, Mar de Cristal o La Azohía, que no solo tienen sillas anfibias, sino personal preparado para asistir con empatía. En México, Isla Mujeres ha mantenido Bandera Azul en playas como Albatros o Norte. En Colombia, Puerto Colombia ha iniciado la certificación de Miramar y Pescador. Pero son gotas en un océano de indiferencia.
“La accesibilidad no puede depender del azar ni del código postal”
Lo que falta no es arena, es compromiso
El problema es más profundo que la rampa oxidada o la silla que nunca llega. El problema es la falta de compromiso real. En muchas playas del mundo, la accesibilidad sigue siendo un "plus", no una condición básica. Y mientras tanto, miles de personas renuncian al mar, resignadas a veranear desde lejos, con miedo, con frustración.
Rehatrans lo advierte con claridad: “No basta con tener una rampa; hacen falta pasarelas en buen estado, sillas anfibias, personal de apoyo, aparcamientos adaptados, aseos accesibles y, sobre todo, una visión más inclusiva desde el diseño del entorno”.
Y lo que ocurre en las playas, ocurre también en hoteles, en transportes, en la señalética turística, en los portales de reservas. Es una cadena que deja fuera al 15 % de la población mundial que vive con alguna discapacidad, según la OMS.
La playa no debería ser un privilegio. Debería ser una promesa cumplida.
Para que las playas dejen de discriminar, no basta con buenas intenciones. Hace falta inversión sostenida, formación, certificaciones serias y fiscalización constante. Hace falta:
- Que las certificaciones incluyan criterios reales de accesibilidad, no solo ambientales.
- Que los portales oficiales indiquen claramente las condiciones de cada playa.
- Que se formen socorristas y personal de apoyo para trabajar con empatía e inclusión.
- Que haya presupuesto permanente, no solo “adaptaciones” temporales en temporada alta.
Y sobre todo, hace falta cambiar la mirada. No ver a las personas con discapacidad como visitantes especiales, sino como ciudadanos con los mismos derechos.
La playa debería ser un lugar donde todos podamos disfrutar sin miedo, sumergirnos sin pedir permiso, pasear sin obstáculos. Hoy, sigue sin serlo. El mar no discrimina, pero nuestras decisiones sí. Hasta que las playas del mundo no sean realmente accesibles, seguiremos levantando muros donde debería haber olas.




