El precio real de las propinas en Estados Unidos

23 de Junio de 2025 3:38am
Verónica de Santiago
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Acabo de regresar de Estados Unidos con una sensación incómoda que no consigo quitarme de encima: comer bien en un restaurante se ha convertido en un lujo inalcanzable para muchos. No solo por los precios, cada vez más desorbitados, sino por algo aún más extraño para quienes venimos de culturas donde la propina es un reconocimiento, no un peaje: la presión constante por pagar un extra, sin importar si el servicio lo merece o no.

En Estados Unidos, la propina no es un “gracias”, es una obligación disfrazada. Se espera que dejes entre un 18% y un 25%, incluso si el camarero ni te miró a los ojos. Y si la mesa tiene 6 o más comensales, ya te cobran fijo entre un 18% y 20%. En algunos lugares, me han contado, la propina ya viene incluida en la cuenta, pero al momento de pagar, la máquina te vuelve a preguntar: “¿Desea añadir otra?”. ¿Estamos premiando el buen servicio o simplemente financiando un sistema roto?

Recuerdo una tarde en Chicago: entré en un bar céntrico, pedí una cerveza. El camarero solo me miró, sin mediar palabra para que le dijera qué quería, ni un “hi”, nada. Solo abrió la nevera que tenía detrás de él, sacó un botellín y lo dejó sobre la barra sin tan siquiera preguntar si quería vaso. Así, sin más. Cuando llegó la cuenta, el datáfono ya sugería dejar una propina del 22%, como si abrir una botella sin decir una palabra mereciera recompensa.

Y esto no es un caso aislado. Es el día a día de la hostelería estadounidense. Allí, los trabajadores del sector reciben sueldos mínimos, tan bajos que dependen casi por completo de lo que los clientes decidan dejarles. El resultado es perverso: el consumidor sostiene el salario de los camareros mientras paga precios cada vez más altos por platos, en muchos casos, olvidables. Es decir, pagas más por menos… y con cargo emocional incluido.

Cuando todo te sugiere pagar más: la presión del guilt-tipping

Aunque aquí me centro principalmente en la experiencia en hostelería, lo cierto es que el fenómeno de las propinas se ha extendido a casi todos los comercios en Estados Unidos. Desde una cafetería para llevar hasta un simple mostrador de helados, taxis o apps como Uber, cualquier punto de venta con TPV digital ya te sugiere dejar entre un 18 % y un 25 %, incluso si no ha existido ningún tipo de servicio real.

Esta práctica, conocida como guilt-tipping, busca generar presión psicológica para que el consumidor pague más solo por vergüenza o costumbre. Según encuestas recientes, más del 72% de los clientes estadounidenses se han encontrado con estas sugerencias automatizadas en sus últimas compras. El resultado: una propina sin trato, sin contacto, sin motivo… pero con recargo.

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Comer bien se ha vuelto una experiencia para pocos

¿Y cuál es la alternativa para quien no puede o no quiere asumir ese gasto? La comida rápida. Barata, sin propina… y sin salud. El fast food se ha convertido en el recurso de locales y turistas que no quieren dejarse medio presupuesto en una cena, aunque eso signifique renunciar a calidad y nutrición. Comer bien, con calma y dignidad, se ha vuelto una experiencia reservada a quienes pueden permitirse no mirar el precio final en la cuenta.

En países con gran afluencia turística como los del Mediterráneo, la lógica es otra: la propina es un gesto que se gana, no algo que se exige. El salario del camarero no depende de la simpatía del cliente, ni de su generosidad. Si el servicio fue bueno, dejas una propina de gratificación ajustada a lo que tú consideras, sin obligación de porcentaje. Si no has comido bien o el trato no fue el adecuado, simplemente no dejas nada. Y no pasa nada. Nadie te mira mal, ni te persigue hasta la puerta.

Un modelo roto que afecta también al turismo

Lo que ocurre en Estados Unidos no es una simple diferencia cultural: es el reflejo de un modelo que necesita una revisión urgente. Y no solo en lo referente a la hostelería. La experiencia del turista se está viendo afectada en muchos otros ámbitos: los altos costos, la situación política, la rigidez de los servicios. No es casualidad que las cifras de llegada de visitantes hayan comenzado a caer, ni que las previsiones a corto plazo no sean precisamente alentadoras.

Si el país quiere seguir siendo competitivo como destino turístico global, tendrá que replantearse qué tipo de hospitalidad quiere ofrecer. Porque no se trata solo de monumentos, museos o parques temáticos: se trata de cómo te hacen sentir mientras estás allí, para que vivas una experiencia memorable del que llaman “sueño americano”.

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