Los cenotes, las cavernas mayas que dan al inframundo
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Por Lucía Vázquez Pérez
Foto: Cenote Ik Kil, Vicente Villamón, Flickr
El término cenote proviene del término maya “tz’onot”, que viene a decir caverna con agua. Son pozos que antiguamente usaba la comunidad maya como fuente de agua dulce; los consideraban entradas al Xibalbá (el inframundo) por lo que eran lugares donde celebraban sacrificios y ofrendas como parte de sus rituales.
Al alimentarse del agua de ríos subterráneos, siempre que se visiten hay que hacerlo con precaución, pues cabe la posibilidad de ser arrastrado por las corrientes internas. La fauna (guppys, bagres y crustáceos) y flora (helechos, manglares y palmas) que se encuentra en su interior es única.
Hay tres tipos de cenotes. Los abiertos son los más antiguos, se reconocen por ser piscinas naturales rodeadas por paredes que permiten que el sol penetre en el agua. Los cerrados o de caverna, están por debajo de la tierra, es decir, no ha erosionado lo suficiente como para conectar con el exterior. Son los más nuevos, y al no haber luz natural la sensación es totalmente única y diferente al resto. Y por último, los semiabiertos, que tienen partes más claras donde sí llega el sol y otras más oscuras cubiertas por rocas.
México es el país por excelencia de los cenotes. Se estima que en su territorio hay entre 6.500 y 7.000 cuevas de este estilo, la mayoría de ellas se concentra en la Península de Yucatán. Sin embargo, solo se permite el acceso de visitantes a 150 cenotes. Algunos de estos son Cenote Dos Ojos, Cenote Chac Mool, Cenote Sac Actun, Cenote Azul, Cenote Hubiku o Cenote Ik-Kil.
El Cenote Dos Ojos (Tulum), es de los más conocidos en la región. De tipo semiabierto, tiene aguas cristalinas que hacen que el snorkel sea la actividad por excelencia de este cenote. El reflejo de la luz del sol en el agua ilumina las zonas más oscuras de un color verdoso. Algo interesante del Cenote Chac Mool es que está compuesto tanto de agua dulce como salada, dando lugar al fenómeno que llaman haloclina, es decir, se distinguen a simple vista las capas que produce el cambio de salinidad en el agua.
Si viajas con niños o personas con miedo a nadar, el Cenote Azul tiene poca profundidad, por lo que podrás tocar el fondo con tus pies, sin dejar de disfrutar de las aguas turquesas de los cenotes. Por el contrario, si buscas profundidad, la encontraras en los 27 metros de fondo del Cenote Hubiku.
Sin duda, el más visitado es el Cenote Ik-Kil, a pocos kilómetros del Chichén Itzá. Cuenta con 60 metros de diámetro y 26 de profundidad y está rodeado de vegetación. Al estar cerca de una de las 7 Maravillas del Mundo, es el más turístico.
Estos son algunos de los cenotes mexicanos, indispensables para disfrutar al máximo del paisaje natural del país caribeño. Al adentrarte en estas pozas, abandonarás el presente para trasladarte a la época maya y vivir la experiencia como lo hicieron ellos.