El verano en que Europa se rebeló contra el turismo masivo
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Este verano, el malestar de los residentes en algunos de los destinos más populares de Europa ha alcanzado un nuevo nivel. Entre las protestas con pistolas de agua en Barcelona, una huelga de hambre en las Islas Canarias, nuevas tarifas en Venecia y restricciones a los cruceros en Grecia, la paciencia de los locales con el turismo masivo parece haberse agotado.
Durante años, el fenómeno del "sobreturismo" ha sido una preocupación creciente, mucho antes de que la pandemia de COVID-19 obligara a cerrar fronteras. Sin embargo, tras la pausa forzada, el rápido retorno de las multitudes ha generado fuertes reacciones. Este verano, la respuesta ha sido más visible y organizada. "Hemos visto muchas más protestas, con personas tomando las calles diciendo ‘Basta, váyanse turistas’", comentó Sebastian Zenker, profesor de turismo en la Escuela de Negocios de Copenhague.
Uno de los episodios más destacados ocurrió en julio en Barcelona, donde manifestantes armados con pistolas de agua asustaron a turistas en las terrazas de los restaurantes. Carteles con mensajes como "El turismo masivo mata la ciudad" y "Turistas, idos a casa" reflejaban el creciente descontento de los residentes, quienes afirman que ya no pueden permitirse vivir en su propia ciudad. Grupos activistas exigieron al gobierno local reducir el número de terminales de cruceros, limitar las operaciones del aeropuerto, prohibir los alquileres vacacionales a corto plazo y detener el uso de fondos públicos para promocionar la ciudad.
Según datos de la ONU Turismo, se espera que el turismo global recupere completamente los niveles previos a la pandemia en 2024. En 2019, se registraron 1.500 millones de llegadas internacionales. Europa, que ha sido históricamente un imán para el turismo, ha experimentado una temporada especialmente intensa. Solo España ha recibido más de 53 millones de visitantes hasta julio, un aumento del 12% en comparación con 2023.
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Aunque muchas ciudades no están en contra del turismo, buscan controlarlo o, al menos, obtener más ingresos por las molestias que causa. En Grecia, por ejemplo, el primer ministro anunció que a partir del próximo año se impondrá un impuesto de 20 euros a los visitantes de cruceros en Santorini y Mykonos durante la temporada alta. El alcalde de Santorini, una isla famosa por sus icónicas casas blancas y techos azules, ha propuesto limitar la entrada a 8.000 visitantes diarios, aproximadamente la mitad de lo que la isla puede recibir en los días más concurridos.
Por su parte, Venecia ha comenzado a probar una tarifa de 5 euros para los turistas que visitan la ciudad por el día, medida que estuvo vigente en ciertas fechas entre abril y julio. La ciudad también ha impuesto un límite de 25 personas por grupo en las visitas guiadas y ha prohibido el uso de altavoces para reducir el ruido en las áreas más saturadas.
Barcelona, además de las protestas, ha anunciado que prohibirá los alquileres vacacionales a partir de 2028 y aumentará la tasa turística de 3,25 a 4 euros por noche. Sin embargo, la presión por equilibrar los intereses económicos es fuerte. Según la Unión Europea, el turismo representa el 10% de su Producto Interno Bruto, lo que pone a los gobiernos en la difícil posición de manejar el flujo de visitantes sin perder los ingresos que estos generan.
A nivel mundial, muchas ciudades han optado por subir los costos de las visitas turísticas mediante impuestos o tarifas adicionales. En Europa, los turistas gastarán más de 800.000 millones de euros este año, un 13,7% más que en 2023, con aumentos notables en países como España, Italia, Grecia y Francia.
A pesar de los esfuerzos por limitar el turismo masivo, las tensiones entre los beneficios económicos y el bienestar de los locales seguirán presentes, mientras Europa busca un equilibrio sostenible para su industria turística.