El Caribe debe romper la inercia y reorientar su industria turística

11 de Septiembre de 2007 5:27am
godking

El Caribe está viviendo un momento difícil en su desempeño como región turística. Continuas valoraciones de medios de prensa aseguran que la exigencia de pasaportes a ciudadanos norteamericanos ha desanimado los viajes a estas islas, que hasta el año pasado fueron uno de los principales destinos de sus vacaciones. Sin embargo, este no parece ser el único factor que atenta contra la salud del sector turístico local.

Una mirada a datos recién publicados revela que territorios estadounidenses, no afectados por la medida de seguridad, también sufren una disminución de visitantes de este mercado. Puerto Rico e Islas Vírgenes estadounidenses dan fe de lo anterior, ambos destinos han sufrido una disminución de visitantes domésticos de entre 7 y 9 por ciento.

Por otro lado, durante los primeros tres meses de este año, las visitas de estadounidenses cayeron 12% en Jamaica, 9% en las Islas Vírgenes británicas y 8% en las Bahamas, de acuerdo con la CTO (Organización de Turismo del Caribe). La ocupación hotelera en República Dominicana, que había ganado popularidad en años recientes entre los viajeros europeos y estadounidenses, disminuyó en 7,5%, según Smith Travel Research, una firma estadounidense de investigación especializada en el sector hotelero.

Un análisis de la tendencia que afecta a nuestros destinos –opinamos- debe tener en cuenta todas las variables que pueden incidir en este fenómeno, sin excluir ninguna de ellas. Sólo así podrán enfrentarse con objetividad las causas que inciden en el actual panorama, y en consecuencia revertirlo con creatividad y profesionalidad.

Es cierto que la medida estadounidense tiene un efecto perjudicial –comentado hasta la saciedad-, pero también el sector turístico caribeño ha demostrado la capacidad de readaptarse a difíciles condiciones y crecer con nuevos bríos. Debe recordarse que esta área sufre frecuentemente los embates de fenómenos naturales, pero ha desarrollado recursos de afrontamiento que garantizan en corto tiempo la estabilidad de sus ofertas, incluso con valores añadidos. El potencial de nuestros países puede ser influido, pero no decidido.

No debemos ignorar otros aspectos que subyacen en el fenómeno. Y es que el turista como ser humano en búsqueda de placer y descanso necesita cada día de experiencias nuevas, diferentes, revitalizadas. Muchas de nuestras islas han sido visitadas y visitadas dejando el recuerdo de un turismo inercial, incapaz de dinamizarse o de hacerlo –incluso- con la velocidad necesaria, y este patrón tiene que cambiar cuanto antes. También hay que lanzarse a la atracción de nuevos mercados, de visitantes que nos conocen menos que los norteamericanos.

Jamaica, Santa Lucía y Granada están entre las naciones caribeñas que ya reaccionaron al problema de la disminución de turistas. Se han lanzado a campañas de comercialización de emergencia, destinadas a Canadá y Europa, para compensar la caída en el mercado estadounidense.

Por su parte, Panamá -en una medida también emergente- inició la construcción de una nueva terminal de cruceros, que podría convertirla en el primer puerto de origen para América Latina, lo que acarreará significativos beneficios para ese país en materia de turismo y economía.

El Caribe debe valorar estas experiencias, incursionar en otras, y diversificar sus productos. Nuestros destinos tienen que renovarse constantemente para enfrentar una competencia internacional que se torna cada vez más fuerte en este sector. De lo contrario, entrarán en un estado de caducidad total, comenzarán a perder escaños en la lista de preferencias de los viajeros. Y no sólo sufrirá una industria para la que la región ha creado durante años una telaraña de infraestructuras de todo tipo, sufrirán las economías locales.

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