Sudáfrica: El Mundial que fue mucho más que fútbol

19 de Julio de 2010 9:28pm
godking
Sudáfrica: El Mundial que fue mucho más que fútbol

Sudáfrica. Lo que criticaron algunos periodistas deportivos fue quizá el mayor atractivo de este Mundial de Fútbol. Sin duda que los muchos kilómetros que separaban a cada sede diluían en algo el fervor de los hinchas fanáticos del juego. Pero en igual medida aumentaba la voraz ansiedad de meterse de lleno en las entrañas de un país con una historia que aún es presente, y que es capaz de generar y derribar a la vez los más insolventes prejuicios.

Aquí un relato construido a partir de experiencias nacidas durante 26 días intensos, y recolectadas a través de casi 6.000 kilómetros que Los Andes.online recorrió en la soledad de la mirada encandilada de este periodista, que buscó aprender de ese país y que en su tiempo libre, de paso, fue a la cancha.

La gran mayoría de los cientos de miles de turistas que aterrizaban en el OR Tambo Airport de Johannesburgo minutos antes habían terminado de ver Invictus, la película que las aerolíneas eligieron para sus pasajeros a modo de introducción a la aventura que les esperaba.

Ese film protagonizado por Morgan Freeman y en el que Clint Eastwood intentó contar cómo Nelson Mandela hizo de Sudáfrica un lugar de reconciliación y no de guerra, se quedó corto. El cuento fue tan chiquito que sólo hizo que nada más pisar la capital sudafricana y todo se incrustara distinto en la piel y en los ojos.

Esperando el equipaje tras querer mostrar la vacuna contra la fiebre amarilla que al final nadie pidió, ya se acercó un hombre que se identificó como funcionario de la embajada argentina. "Mucho cuidado con la inseguridad. Nada de andar solos en la calle y después de las 19. Hay muchos problemas después de esa hora", advirtió quizá negándose a sí mismo que éramos argentinos los oyentes.

"Qué puede ser peor que en nuestro país. No venimos de Alemania, venimos de la Argentina", fue el filoso comentario de un empresario porteño que vestía bien pero desentonaba con una bufanda con colores estridentes comprada como primer souvenir en un stand de la aeroestación.

Primer destino para no andar con vueltas fue Soweto. Todos lo promocionan como el barrio de Mandela, pero es más de dos veces Mendoza completa. Habitan allí 3,5 millones de negros, la enorme mayoría son familias que viven del trabajo en las minas.

Lugar reactivo al Apartheid al punto de haber sido el más efectivo impulsor del fin de aquel régimen de segregación racial, con sangre propia en las calles, pero con inteligencia emocional al final de la historia.

Mandela vivió ahí. En el corazón de ese barrio. Y ahí permanece su casa intacta y convertida en un museo al que llegan no menos de 500 personas de todo el mundo por día. Recorrerla enseña todo de manera más sencilla.

A dos cuadras, la casa del clérigo y pacifista Desmond Tutu. Mandela y Tutu, dos premios Nobel de la Paz surgidos casi de la misma manzana. Más palabras sobran.

Despacio pero sin detenerse desaparecían de a uno los prejuicios. "Esto es como la Argentina, pero con raza negra", resumía a cada rato Matías, un argentino que caminaba por el 8115 de la calle Vilazaki, dirección en la que pasó algunos años el prócer vivo de los sudafricanos.

Es que el clima es idéntico, los paisajes se parecen a Mendoza cuando uno se topa con algún viñedo, la carne es igual o mejor a la que comemos acá, incluso los precios de todo eran casi calcados a los nuestros. Tampoco el picado callejero o de potrero son exclusividad argentina, allá es plaga también.

Pero sí hay un detalle que diferencia a Sudáfrica: el calor y la energía de su gente. Predispuesta y amable, alegre y abierta. Salvo el idioma, mezcla entre el inglés y el zúlu (hay otros 9 idiomas que se hablan allí), ninguna otra barrera impedía mezclarse entre su gente.

Ninguna conversación comenzaba sin antes recibir un "Buen día, ¿cómo estás? ¿Te gusta Sudáfrica?" Esa bienvenida ponía todo en otro plano: el de la confianza y la hospitalidad.

Como era la Selección nacional la que imponía el recorrido, los días pasaron entre Johannesburgo, Pretoria, Polokwane y Ciudad del Cabo, y algunas escapadas fuera de ruta.

Este último destino, por el cual había que atravesar de punta a punta el país, fue un episodio aparte. Avión en dos horas o casa rodante en 18, era la cuestión. La segunda opción fue la más atractiva y rica para los detalles.

Rutas impecables. Donde la N1, en los tramos que no era autopista, tenía cuatro carriles. Los camiones, tantos como los que se pueden encontrar en la ruta 7 rumbo a Chile, siempre por un carril exclusivo para no obstruir el fluido tránsito de los autos particulares.

A los costados, imágenes como las de los campos del Sur de Mendoza. Vacas, corderos, molinos y "gauchos" negros a caballo arriando animales.

Ya en Ciudad del Cabo se validan los contrastes. El contenido de Soweto quedó en el recuerdo y apareció el glamour de una ciudad por cuyas calles transitan Rolls Royce, Aston Martin, Ferrari y muchos autos más que acá se ven bien poco. El mar y la arena blanca también coloreaban un paisaje de postal.

Pero duró muy poco el idilio. Los cuatro goles de Alemania y la expulsión del Mundial le agregaron un sinsabor innecesario a esa ciudad.

Volvemos para atrás. Antes Argentina jugó contra Grecia en Polokwane, una ciudad muy pequeña y pobre. Con un estadio, el Peter Mokaba, nuevo a estrenar y que luego del Mundial muchos se preguntaban para qué les iba a servir.

En el centro, muchos puestos ambulantes y escasos atractivos del turismo convencional. Las enciclopedias dicen que allí está en pie el árbol más grande de todo África. Nadie supo decirnos exactamente dónde lo podíamos encontrar, ¿mito o realidad?

Nunca mejor dicho eso de que un Mundial es el evento cultural más grande del planeta. Y este que pasó seguro será irrepetible. El de Brasil no esconderá tanto exotismo como este. Y cuando la FIFA se lo devuelva a Europa, todo será primer mundo.

El fútbol le debe dar las gracias a Sudáfrica por haber desplegado una calidez desmesurada. El "big five" de rinocerontes, leones, leopardos, búfalos y elefantes quedará tatuado en las retinas de muchos hinchas que se sintieron desbordados por un Mundial que fue mucho más que fútbol.

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